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Francisco Toledo, grabados tomados
del libro Un informe para una academia, 2010
Antonio Valle
LA RISA
DE LOS TRISTES TRÓPICOS
En algunos relatos de Stevenson, de Melville
y de Joseph Conrad es posible descubrir
analogías con el Informe para una
academia. En esas novelas abundan situaciones que
no fueron recuperadas por
Borges en la Historia universal de la infamia. Evidentemente,
Franz
Kafka tuvo que haber leído a los escritores de los mares del sur antes
de redactar
la inquietante historia de Pedro el rojo. Algunas ficciones
que se desarrollan en La costa
dorada son más verosímiles que la
historia oficialmente registrada al finalizar el siglo XIX.
Solamente por el sentido del humor del novelista y del grabador uno se ríe y no
se cae de
espanto por la forma en la que fueron sometidos los naturales de los
tristes trópicos.
RETRATOS EXÓTICOS
Hace diez años, mientras Toledo
veía una fotografía de Jean Paul Belmondo, me preguntó:
“¿Quién de los dos se ve
más viejo?” “Usted, por supuesto”, le contesté con afecto.
Mientras exploraba su
rostro lleno de vida, sentí que la mirada de Toledo era tan honda
como la de un Neanderthal y tan avispada como la de Pedro el rojo. Es probable que
por
el uso de metáforas con señales antropológicas de esta naturaleza, todavía
en los albores
de los años sesenta algunos animadores de la cultura nacional
encontraran en Toledo a
un personaje al que relacionaban con el exotismo, con la
idea de que su arte era parecido
al arte bruto o al que produciría un “buen salvaje”. Evidentemente, era difícil definir el arte
de un joven cuya obra
asombraba más a la gente de ultramar que a los de tierra adentro.
TRADICIÓN Y RUPTURA
Y UNA RUTA DIFERENTE
A finales de los setenta, al
pronunciar una conferencia en la UNAM sobre el autor de
Investigaciones de un perro, Milan Kundera explicaba brillantemente
cómo en la obra de Dostoievsky el “crimen” está en busca de “castigo”; a
diferencia del mundo kafkianodonde al “castigo” es a quien le urge
encontrar un “crimen”, una explicación que justifique el inexplicable
sentimiento de extrañeza o de culpa que suelen experimentar personajes como
Gregorio Samsa, Mr. K, algunos indios rebeldes y un
reducido aunque brillante grupo de tránsfugas occidentales. El simio Pedro
el rojo, más que representar una parodia, es un personaje al que Toledo
recurre para contarnos que, de alguna forma, él también soportó una
metamorfosis.
Después de abandonar un mundo idílico (literalmente léase:
milenaria cultura zapoteca)
descubrió un buen fragmento del gran arte de
Occidente que le resultaba fundamental
para trabajar en algunos “de sus
magníficos informes plásticos y gráficos”. Toledo aparece
en la escena del arte
en México poco antes de que irrumpa un grupo de artistas conocido
como
“movimiento de la ruptura”. Ya desde entonces las pinturas del artista juchiteco
comenzaban a ser muy apreciadas. Juan Martín, el corredor y legendario promotor
de
arte, dueño de la galería que promueve a los pintores de “la ruptura”, dice
que gracias a
la venta de las obras de Toledo y de Francisco Corzas logra
mantenerse su negocio.
Mientras Toledo afirma no haber roto con nadie, creadores
como Manuel Felguérez, Lilia
Carrillo, Gabriel Ramírez y Vicente Rojo, entre
otros importantes artistas, sientan las
bases estéticas y conceptuales que los
separan de la llamada escuela mexicana de
pintura. Es importante recordar que
una de las pretensiones más caras de los muralistas
mexicanos fue recuperar “el
espíritu” del arte precolombino. Independientemente de sus
aportaciones a la
historia de la plástica nacional, gran parte de esas obras públicas y
monumentales cumplían con una función ideológica y didáctica, es decir, con una
labor
de propaganda para “educar” a las masas. Entre otras cosas, la política
cultural
emprendida por el Estado mexicano incluía una reivindicación del pasado
mesoamericano
como una parte constitutiva de nuestra identidad. Sin embargo, los
campesinos gorditos y
las indias bonitas, herederas del México profundo que
pintaba Diego Rivera, contrastaban
con los famélicos seres de carne y hueso que
deambulaban por el campo. Sobre todo un
buen número de imágenes de los
muralistas desentonaban con los retratos hablados
mucho más verosímiles que
Rulfo presentó en Pedro Páramo y en El Llano en llamas.
Toledo
no necesitó “romper” con la escuela mexicana de pintura, porque además de que
debieron gustarle algunas de las pinturas de los muralistas, ni espiritual ni
racionalmente
formaba parte de esa academia. Ya para entonces Toledo había
descubierto los lenguajes
técnicos y estéticos de Goya y de Enssor –entre otros
excelentes dibujantes europeos–
para elaborar una obra que incluía una agudísima
y sutil reinterpretación de la cultura
zapoteca clásica, así como de la rica
cultura popular de los binizá contemporáneos; cultura
que a lo largo de
la historia ha desarrollado una importante saga literaria, mítica,
gastronómica,
fotográfica y poética. Por cierto que buena parte de esas expresiones las
conocimos en las entrañables Ediciones Toledo.
LOS
SALIERI: MEMORIA DE UN INÚTIL COMBATE
El poeta Francisco Hernández ha
dicho que existe una especie de cohorte Salieri. Su principal ocupación
consiste en difamar a los artistas. No hay creador interesante que no haya sido
blanco de sus burlas e invenciones. Un grupo de intelectuales, que
devinieron en calificadores o comisarios culturales, de vez en cuando
dice que el artista zapoteco no es zapoteco y que por lo tanto no habla el
didxazá materno, que sus camisas arrugadas son manufacturadas con
algodones egipcios, que más que un pintor, Toledo es un avatar de Don Giovanni,
que lo que se escribe y se dice de él corresponde más al reino de la fábula que
al de la historia objetiva. En el fondo, la crítica Salieri (en la
versión que Milos Forman presenta en su
Amadeus) no hace más que
expresar otro poco del racismo habitual que permea a buena
parte de nuestra
“democrática” sociedad. No es imposible que para algunos sectores
académicos
siga siendo “inconveniente” que un artista como Toledo, que prefiere hablar
una
lengua precolombina, sea capaz de mantener una trayectoria tan asombrosa como
consistente en nuestro país, en Estados Unidos y en Europa. Para nutrir a la
atormentada
legión Salieri, habría que agregar que, gracias a los
oficios del pintor istmeño, se han
implementado importantes políticas culturales
en Oaxaca, acciones de las que Germaine
Gómez Haro se ocupa en estas mismas
páginas.
(La Jornada Semanal. 5 de diciembre de 2010).
METAMORFOSIS ERÓTICA –CINISMO Y
POSTMODERNIDAD
En un mundo desobediente, plagado
de seres transgresores, donde abundan escenas de
personajes que desafían las
leyes de la lógica, de la gravedad y el erotismo, uno de los
temas
trascendentales de Toledo es el de la metamorfosis. Pasando por alto las leyes
de
la censura oficial, ha desarrollado poderosas imágenes de un estilo
absolutamente
reconocible. Al mismo tiempo, estas imágenes guardan una clara
distancia de la fugacidad
de las propuestas postmodernas. Sin embargo, a esa
matrix hiperreal y alienante, es
posible incorporarle algunos relatos
de Kafka. La metamorfosis por ejemplo, aunque se
despliega en un
ambiente familiar, cuenta con un apartheid en el que nadie permanece
a salvo. En esa historia cobra forma una amenaza que nadie sabe con exactitud de
dónde
viene ni hacia dónde se dirige. Esa sensación de existir en el vacío, tan
característica de la
postmodernidad, produce además de síntomas de paranoia una
autocensura permanente.
En los héroes kafkianos la sensación de vivir en algún
tipo de falta ontológica es letal.
Aunque el recurso de la ironía es muy
intenso, el deseo de vivir termina por ser inexistente.
Por el contrario, las
metamorfosis que experimentan los personajes de Toledo son
endiabladamente
sensuales, ya que han sido “diseñados” para despertar el sentido del
humor y el
deseo. En los dos artistas existen oscuras y radiantes coincidencias, sobre
todo
por la simpatía que ambos sienten por los animales; particularmente por el reino
de
los insectos. Por ejemplo, a Gregorio Samsa, convertido en un escarabajo cuyo
destino es
la muerte; Toledo podría recuperarlo en su Mictlán laberíntico y
secreto para dotarlo de
una nueva vida. El héroe kafkiano, casi como si se
tratara de una deidad egipcia, sería un
símbolo de resurrección que deviene de
su propia descomposición familiar y corporal.
Como en Mesoamérica la muerte es
un símbolo benéfico, es imprescindible la mutación
que viene de la vida y a la
vida vuelve. Asistimos a una puesta en escena del eterno
retorno. El proceso
laberíntico y espiral propuesto por Kafka y por Toledo es una antítesis
de la
teoría de Francis Fukuyama, que propone el fin de la historia; otra condición de
la
postmodernidad, cuya idea lineal del tiempo parece detenido en un presente
perpetuo
que finalmente termina en el vacío. Pedro el rojo pertenece a
un campo hermenéutico
distinto. Simbólicamente, los simios colaboran con el
mantenimiento del orden cósmico.
Algunos monos hieráticos son considerados
bodihisattvas que acompañan a los monjes
en la búsqueda de sus libros
sagrados. Además de ser concupiscentes y simpáticas
compañías, bajo la piel de
los monos suelen ocultarse monjes taoístas. Sin embargo,
Pedro el rojo
no corre con tan buena suerte. Antes que nada es cazado a balazos. Luego
es
enjaulado en una celda donde no puede acostarse ni ponerse en pie. Como en la
mítica
película del cineasta checo Milos Forman, nuestro personaje se encuentra
Atrapado sin
salida. En ese manicomio boyante, siempre observado por la
turbia mirada de los seres
humanos, Pedro se ve obligado a convertirse
en hombre. Con una técnica sofisticada, que
incluye quemaduras sobre la piel,
Pedro es obligado a beber alcohol y termina por
“embrutecerse”
humanamente empinándose una botella de schnaps. De esta forma
obtiene
“la cultura media de un europeo”. Esta técnica no fue desconocida en América.
Innumerables testimonios de historiadores de indias dan cuenta de cómo los
nativos del
continente lograron “adaptarse” al nuevo status cultural
apoyando su endeble existencia
en el aguardiente. ¡Qué lejos estaban aquellos
simios orientales de los monos que
habitaron nuestros tristes trópicos!
¡Qué distantes se encuentran nuestros monos
borrachines de Hánuman, el
simio sagrado del Ramayana que restablece el amor
y el orden!
APUNTES ILUMINADOS
CON BRUJAS DE FÓSFORO
DE LA EXPOSICIÓN INFORME PARA UNA ACADEMIA,
QUE FRANCISCO TOLEDO LE OFRECIÓ A KAFKA Y A
PEDRO EL ROJO
Vibran las estrías de Toledo; como
olitas erizadas,
dejan que se filtre limpio el aullido de Pedro en el
papel y en los huesos fracturados de otros animales.
Todo lo que reposaba en sus
lenguas verdes se ha
perdido. Juntos compartimos el cráneo oscuro y
carmesí de
un carcelero. Afuera brilla, con su farsa
salvaje, la afamada llave
apretada en una mano.
Ahora, cuando yo ya no soy otro, sino él, quién con
su
embriaguez hizo que perdiera la pureza de la
sedición, ha conseguido que
entienda las palabras, esa ciencia que nos dieron a beber
a sangre y fuego. Los
disparos no encontraron a nuestro gemelo corazón abierto, pero
sí el close
up aterrador que nuestra mirada encuentra en un espejo. Vibran las estrías
de
Toledo, buscan el azogue que en lo oscuro vive. La tinta inyecta energía en
la espina
dorsal de una criatura en llamas.
Francisco Toledo, grabados tomados del libro
Un informe para una academia, 2010 |
BAJÁNDOLE DE
INTENSIDAD A ESTA HISTORIA
PARA ALCANZAR UN FINAL MENOS
ABRUPTO
Un mono alegre, conversador y
andarín solía iniciar a rapaces coloristas en el gusto
refinado de las fábulas.
El antropoide conocía el secreto para caminar encima del
agua, del fuego y el celaje. Uno de los pequeños aprendices, que era tan viejo
como un laberinto de
Guiengola, comenzó a trazar algunos planos paradójicos.
Quienes padecían de melancolía por falta de imaginación, le solicitaron al artista que
los
dejara observar esas regiones. Nada es más humano que apreciar una
metamorfosis
oportuna y curativa. Como a Pedro el rojo, a los pacientes
espectadores que desplegaron
una mayor belleza interna no les fue difícil conquistar a una chica mona, salvaje y deliciosa.
Así se aseguraron de atravesar
sin miedo –y con sexo– por las cuatro estaciones de la vida. |
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