Arte, literatura y cultura popular

martes, 3 de julio de 2012

Toledo y Kafka: Un informe para una academia


Francisco Toledo, grabados tomados del libro Un informe para una academia, 2010

Antonio Valle

LA RISA DE LOS TRISTES TRÓPICOS














En algunos relatos de Stevenson, de Melville y de Joseph Conrad es posible descubrir
analogías con el Informe para una academia. En esas novelas abundan situaciones que
no fueron recuperadas por Borges en la Historia universal de la infamia. Evidentemente,
Franz Kafka tuvo que haber leído a los escritores de los mares del sur antes de redactar
la inquietante historia de Pedro el rojo. Algunas ficciones que se desarrollan en La costa
dorada son más verosímiles que la historia oficialmente registrada al finalizar el siglo XIX.
Solamente por el sentido del humor del novelista y del grabador uno se ríe y no se cae de
espanto por la forma en la que fueron sometidos los naturales de los tristes trópicos.

RETRATOS EXÓTICOS
Hace diez años, mientras Toledo veía una fotografía de Jean Paul Belmondo, me preguntó:
“¿Quién de los dos se ve más viejo?” “Usted, por supuesto”, le contesté con afecto.
Mientras exploraba su rostro lleno de vida, sentí que la mirada de Toledo era tan honda
como la de un Neanderthal y tan avispada como la de Pedro el rojo. Es probable que por
el uso de metáforas con señales antropológicas de esta naturaleza, todavía en los albores
de los años sesenta algunos animadores de la cultura nacional encontraran en Toledo a
un personaje al que relacionaban con el exotismo, con la idea de que su arte era parecido
al arte bruto o al que produciría un “buen salvaje”. Evidentemente, era difícil definir el arte
de un joven cuya obra asombraba más a la gente de ultramar que a los de tierra adentro.

TRADICIÓN Y RUPTURA Y UNA RUTA DIFERENTE
A finales de los setenta, al pronunciar una conferencia en la UNAM sobre el autor de Investigaciones de un perro, Milan Kundera explicaba brillantemente cómo en la obra de Dostoievsky el “crimen” está en busca de “castigo”; a diferencia del mundo kafkianodonde al “castigo” es a quien le urge encontrar un “crimen”, una explicación que justifique el inexplicable sentimiento de extrañeza o de culpa que suelen experimentar personajes como Gregorio Samsa, Mr. K, algunos indios rebeldes y un reducido aunque brillante grupo de tránsfugas occidentales. El simio Pedro el rojo, más que representar una parodia, es un personaje al que Toledo recurre para contarnos que, de alguna forma, él también soportó una metamorfosis.
Después de abandonar un mundo idílico (literalmente léase: milenaria cultura zapoteca)
descubrió un buen fragmento del gran arte de Occidente que le resultaba fundamental
para trabajar en algunos “de sus magníficos informes plásticos y gráficos”. Toledo aparece
en la escena del arte en México poco antes de que irrumpa un grupo de artistas conocido
como “movimiento de la ruptura”. Ya desde entonces las pinturas del artista juchiteco
comenzaban a ser muy apreciadas. Juan Martín, el corredor y legendario promotor de
arte, dueño de la galería que promueve a los pintores de “la ruptura”, dice que gracias a
la venta de las obras de Toledo y de Francisco Corzas logra mantenerse su negocio.
Mientras Toledo afirma no haber roto con nadie, creadores como Manuel Felguérez, Lilia
Carrillo, Gabriel Ramírez y Vicente Rojo, entre otros importantes artistas, sientan las
bases estéticas y conceptuales que los separan de la llamada escuela mexicana de
pintura. Es importante recordar que una de las pretensiones más caras de los muralistas
mexicanos fue recuperar “el espíritu” del arte precolombino. Independientemente de sus
aportaciones a la historia de la plástica nacional, gran parte de esas obras públicas y
monumentales cumplían con una función ideológica y didáctica, es decir, con una labor
de propaganda para “educar” a las masas. Entre otras cosas, la política cultural
emprendida por el Estado mexicano incluía una reivindicación del pasado mesoamericano
como una parte constitutiva de nuestra identidad. Sin embargo, los campesinos gorditos y
las indias bonitas, herederas del México profundo que pintaba Diego Rivera, contrastaban
con los famélicos seres de carne y hueso que deambulaban por el campo. Sobre todo un
buen número de imágenes de los muralistas desentonaban con los retratos hablados
mucho más verosímiles que Rulfo presentó en Pedro Páramo y en El Llano en llamas.
Toledo no necesitó “romper” con la escuela mexicana de pintura, porque además de que
debieron gustarle algunas de las pinturas de los muralistas, ni espiritual ni racionalmente
formaba parte de esa academia. Ya para entonces Toledo había descubierto los lenguajes
técnicos y estéticos de Goya y de Enssor –entre otros excelentes dibujantes europeos–
para elaborar una obra que incluía una agudísima y sutil reinterpretación de la cultura
zapoteca clásica, así como de la rica cultura popular de los binizá contemporáneos; cultura
que a lo largo de la historia ha desarrollado una importante saga literaria, mítica,
gastronómica, fotográfica y poética. Por cierto que buena parte de esas expresiones las
conocimos en las entrañables Ediciones Toledo.

LOS SALIERI: MEMORIA DE UN INÚTIL COMBATE
El poeta Francisco Hernández ha dicho que existe una especie de cohorte Salieri. Su principal ocupación consiste en difamar a los artistas. No hay creador interesante que no haya sido blanco de sus burlas e invenciones. Un grupo de intelectuales, que devinieron en calificadores o comisarios culturales, de vez en cuando dice que el artista zapoteco no es zapoteco y que por lo tanto no habla el didxazá materno, que sus camisas arrugadas son manufacturadas con algodones egipcios, que más que un pintor, Toledo es un avatar de Don Giovanni, que lo que se escribe y se dice de él corresponde más al reino de la fábula que al de la historia objetiva. En el fondo, la crítica Salieri (en la versión que Milos Forman presenta en su
Amadeus) no hace más que expresar otro poco del racismo habitual que permea a buena
parte de nuestra “democrática” sociedad. No es imposible que para algunos sectores
académicos siga siendo “inconveniente” que un artista como Toledo, que prefiere hablar
una lengua precolombina, sea capaz de mantener una trayectoria tan asombrosa como
consistente en nuestro país, en Estados Unidos y en Europa. Para nutrir a la atormentada
legión Salieri, habría que agregar que, gracias a los oficios del pintor istmeño, se han
implementado importantes políticas culturales en Oaxaca, acciones de las que Germaine
Gómez Haro se ocupa en estas mismas páginas.
(La Jornada Semanal. 5 de diciembre de 2010).

METAMORFOSIS ERÓTICA –CINISMO Y POSTMODERNIDAD

En un mundo desobediente, plagado de seres transgresores, donde abundan escenas de
personajes que desafían las leyes de la lógica, de la gravedad y el erotismo, uno de los
temas trascendentales de Toledo es el de la metamorfosis. Pasando por alto las leyes de
la censura oficial, ha desarrollado poderosas imágenes de un estilo absolutamente
reconocible. Al mismo tiempo, estas imágenes guardan una clara distancia de la fugacidad
de las propuestas postmodernas. Sin embargo, a esa matrix hiperreal y alienante, es
posible incorporarle algunos relatos de Kafka. La metamorfosis por ejemplo, aunque se
despliega en un ambiente familiar, cuenta con un apartheid en el que nadie permanece
a salvo. En esa historia cobra forma una amenaza que nadie sabe con exactitud de dónde
viene ni hacia dónde se dirige. Esa sensación de existir en el vacío, tan característica de la
postmodernidad, produce además de síntomas de paranoia una autocensura permanente.
En los héroes kafkianos la sensación de vivir en algún tipo de falta ontológica es letal.
Aunque el recurso de la ironía es muy intenso, el deseo de vivir termina por ser inexistente.
Por el contrario, las metamorfosis que experimentan los personajes de Toledo son
endiabladamente sensuales, ya que han sido “diseñados” para despertar el sentido del
humor y el deseo. En los dos artistas existen oscuras y radiantes coincidencias, sobre
todo por la simpatía que ambos sienten por los animales; particularmente por el reino de
los insectos. Por ejemplo, a Gregorio Samsa, convertido en un escarabajo cuyo destino es
la muerte; Toledo podría recuperarlo en su Mictlán laberíntico y secreto para dotarlo de
una nueva vida. El héroe kafkiano, casi como si se tratara de una deidad egipcia, sería un
símbolo de resurrección que deviene de su propia descomposición familiar y corporal.
Como en Mesoamérica la muerte es un símbolo benéfico, es imprescindible la mutación
que viene de la vida y a la vida vuelve. Asistimos a una puesta en escena del eterno
retorno. El proceso laberíntico y espiral propuesto por Kafka y por Toledo es una antítesis
de la teoría de Francis Fukuyama, que propone el fin de la historia; otra condición de la
postmodernidad, cuya idea lineal del tiempo parece detenido en un presente perpetuo
que finalmente termina en el vacío. Pedro el rojo pertenece a un campo hermenéutico
distinto. Simbólicamente, los simios colaboran con el mantenimiento del orden cósmico.
Algunos monos hieráticos son considerados bodihisattvas que acompañan a los monjes
en la búsqueda de sus libros sagrados. Además de ser concupiscentes y simpáticas
compañías, bajo la piel de los monos suelen ocultarse monjes taoístas. Sin embargo,
Pedro el rojo no corre con tan buena suerte. Antes que nada es cazado a balazos. Luego
es enjaulado en una celda donde no puede acostarse ni ponerse en pie. Como en la mítica
película del cineasta checo Milos Forman, nuestro personaje se encuentra Atrapado sin
salida. En ese manicomio boyante, siempre observado por la turbia mirada de los seres
humanos, Pedro se ve obligado a convertirse en hombre. Con una técnica sofisticada, que
incluye quemaduras sobre la piel, Pedro es obligado a beber alcohol y termina por
“embrutecerse” humanamente empinándose una botella de schnaps. De esta forma
obtiene “la cultura media de un europeo”. Esta técnica no fue desconocida en América.
Innumerables testimonios de historiadores de indias dan cuenta de cómo los nativos del
continente lograron “adaptarse” al nuevo status cultural apoyando su endeble existencia
en el aguardiente. ¡Qué lejos estaban aquellos simios orientales de los monos que
habitaron nuestros tristes trópicos! ¡Qué distantes se encuentran nuestros monos
borrachines de Hánuman, el simio sagrado del Ramayana que restablece el amor
y el orden!

APUNTES ILUMINADOS CON BRUJAS DE FÓSFORO
DE LA EXPOSICIÓN INFORME PARA UNA ACADEMIA,
QUE FRANCISCO TOLEDO LE OFRECIÓ A KAFKA Y A
PEDRO EL ROJO

Vibran las estrías de Toledo; como olitas erizadas,
dejan que se filtre limpio el aullido de Pedro en el
papel y en los huesos fracturados de otros animales.
Todo lo que reposaba en sus lenguas verdes se ha
perdido. Juntos compartimos el cráneo oscuro y
carmesí de un carcelero. Afuera brilla, con su farsa
salvaje, la afamada llave apretada en una mano.
Ahora, cuando yo ya no soy otro, sino él, quién con
su embriaguez hizo que perdiera la pureza de la
sedición, ha conseguido que entienda las palabras, esa ciencia que nos dieron a beber
a sangre y fuego. Los disparos no encontraron a nuestro gemelo corazón abierto, pero
sí el close up aterrador que nuestra mirada encuentra en un espejo. Vibran las estrías de
Toledo, buscan el azogue que en lo oscuro vive. La tinta inyecta energía en la espina
dorsal de una criatura en llamas.


Francisco Toledo, grabados tomados del libro Un informe para una academia, 2010

















BAJÁNDOLE DE INTENSIDAD A ESTA HISTORIA
PARA ALCANZAR UN FINAL MENOS ABRUPTO

Un mono alegre, conversador y andarín solía iniciar a rapaces coloristas en el gusto
refinado de las fábulas. El antropoide conocía el secreto para caminar encima del
agua, del fuego y el celaje. Uno de los pequeños aprendices, que era tan viejo
como un laberinto de Guiengola, comenzó a trazar algunos planos paradójicos.
Quienes padecían de melancolía por falta de imaginación, le solicitaron al artista que los
dejara observar esas regiones. Nada es más humano que apreciar una metamorfosis
oportuna y curativa. Como a Pedro el rojo, a los pacientes espectadores que desplegaron
una mayor belleza interna no les fue difícil conquistar a una chica mona, salvaje y deliciosa.
Así se aseguraron de atravesar sin miedo –y con sexo– por las cuatro estaciones de la vida.

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