Arte, literatura y cultura popular

viernes, 22 de junio de 2012

Futbol

Los Rolling Stones en la colonia Roma

10 de junio:
Exilio en la calle principal


Antonio Valle
A Hugo Gutiérrez Vega
“Ecos de mi onda” fue un homenaje al ritmo endemoniado que te sacaba de la depresión. Lo último que mencionaste en tu diario fue que habían asesinado a unos muchachos el jueves de Corpus. Meses después hablabas de una especie de “cacería de brujas y de brujos” que percibiste en algunos territorios bohemios de la ciudad. Esa fue la última nota que escribiste. Tal vez esta crónica te ayude a salir del fade sin fondo para que comiences a darle forma al rompecabezas.
I
Desde la ventana de un edificio en ruinas escuchas “Ecos de mi onda”. Dos chicos huyen brincando las bardas porfirianas de unas azoteas. Cerca de ahí un perro policía –de los setentas– intenta alcanzar a los muchachos que saltan divertidos. A través de una mirilla, un civil hace foco en la sien de uno de los jóvenes. Antes de que escuches la detonación los chavales desaparecen tras una sábana. En su departamento, Lupita no se ha dado cuenta de lo que pasa en la azotea. De pronto su mano cae sobre la perilla de una Stromberg Carlson. Al subir el volumen de la consola ella se va junto con los Rolling al cielo.
II
Desde que a Lupita le silbabas el tema de Pérez Prado con el que Fellini musicalizó La dolce vita, yo jugaba a ser Marcello Mastroianni, él era el novelista frustrado de la Vía Veneto y yo el narrador arruinado de nuestra Roma mexicana. Desde entonces he intentado atar los cabos de tu historia, pero como sólo tengo secuencias inconexas y un milagro falso, no he podido construir un argumento convincente. Sin embargo, ahora que empieza una nova primavera mexicana, tal vez logre descubrir al monstruo intemporal de La dolce vita, que después de cuatro décadas sobrevive en nuestra Roma. Esa es la razón por la que te invité a dar otra vuelta a la manzana para que, aquí entre nos, intentemos explicar lo que pasó el día de la fuga. Ok, dices escuchar la algarabía que hacen unos chicos con su motoneta. Atrás de ellos vienen las sirenas y los perros aullando más que Jagger. Los vecinos gritan indignados al escuchar la revoltura en crescendo. Tú sonríes al mirar las figuritas tratando de esconderse en una sábana. Entonces, allá, en la azotea de enfrente, azulean unas llamas diminutas. En medio del desorden escuchas el riff inmejorable de los Rolling y miras el cuerpo de uno de los chicos sangrando en la saliente. Por un instante, las cuerdas de Keith Richards y el saxo hacen que voltees hacia el departamento de Lupita cuando un civil dice: “Déjalo que sangre.” Pasan unos segundos interminables –o tal vez sean unos años– mientras suena “Exile on Main Street”. El niño héroe se está muriendo. Su cabeza da vueltas en el sinfín de un disco negro. Algunos sobrevivientes del combate comienzan a moverse en esa zona oscura. Las calles de la ciudad son peligrosas. Desde entonces tú te mueves lento y callado como un ajolote en el agua sucia que los civiles dejaron para que sobrevivas.
¿Qué le pasa a Lupita? No sé. ¿Qué quiere la niña? ¿Bailar?
III
Correosos, ondulantes, inextinguibles; los rebeldes ingleses dicen que se irán muriendo poco a poco pero que seguirán parados en el escenario hasta que ya no quede vivo ninguno.
Arranca el flashback que fusiona alucinaciones visuales y auditivas. Eso que te hace brincar como zulú en la oscuridad se llama África ardiendo en las riberas del Mississippi, del Támesis y hacia el norte del río de La Piedad.
“No me escuchas llamar bajo la sucia calle/ Tengo una lucha interior/ estoy merodeando en tu ciudad.” “Can´t you hear me knocking.”
IV
Diez años después leíste Las batallas en el desierto. Dices que ese libro tiene encantada a Lupita. Bajo la luz del dulce relato de José Emilio te detienes en una entrañable vecindad para percibir dentro de ti un deseo adverso. Saludas a la Virgen Morena y te arrancas en la bici hasta que llegas a la plaza Ajusco. Te hundes en la pelota cósmica seguro de que al otro lado del arco iris ella siempre te esperará.
“Viene en colores por todos lados/ Peina su pelo/ Es como un arco iris.” “She’s a Rainbow.”
Te has quedado a vivir en el pasado. Como un radioescucha misterioso, tu mente sintoniza con tres canciones de los Rolling. Te fijas en los anuncios del Instituto Patrulla y –para las amas de casa que te quitan el sosiego–, del jabón Zote. Te estableces en una zona que comienza a degradarse. Antes solías mirar una avioneta que escribía versos en el cielo. Era tanta la felicidad que te causaba la vieja Roma que estuviste a un tris de quedarte atrapado para siempre en esa red. Sin embargo, como los civiles no dejan de pisarte los talones, te mueves de aquella trama radiante de liras y palabras.
“Nunca conservé un dolor pasando el atardecer/ Nunca terminé la escuela/ nunca quise ser como papá.” “Happy.”
V
Ya no recuerdas quién te dijo que sus satánicas majestades eran los mismos demonios que tocaban rhythm and blues. Aunque todavía te intimidan un poco los pobres diablos de la infancia, saltas entre docenas de muchachos con la energía tribal de “Simpatía por el diablo”. Como no sabes nada del monstruo de La dolce vita, ni de Lupita y el Fausto, ni siquiera de Una temporada en el infierno, te llevas un buen susto cuando en el cine Morelia una niña casi muerta vomita crema de espinacas. Por fortuna, antes de que se derrumbe tu pantalla interna, para liberarte de El exorcista siempre puedes encenderte con el disco Beggars Banquet, con la voz imaginaria de Lupita o con una motoneta entre las piernas.
“Lo que te confunde es la naturaleza de mi juego.” “Sympathy for the Devil.”
VI
Sintonizo con el azogue de tu mente. Cuarenta años después, Jagger continúa siendo endemoniadamente ágil. Sería bueno que le preguntaras cómo pasa el tiempo, si es que pasa por ese rebelde que tiene setenta y tantos años y se arquea como acróbata. El cantante se mueve como el argento vivo que corre por las venas de algunos héroes de las batallas. Así funciona el tiempo y las construcciones virtuales que improvisas. Por ejemplo, en los helados de La bella Italia, hoy volviste a ver a un exrebelde poniendo en la rockola “Volare”, Azul/ pintado de azul. Sin embargo, por más que el hombre se pinte de azul tú sabes que es un civil traidor y peligroso. La primavera está llegando a la tele y los nuevos chicos se disponen a ensamblar el tiempo y la historia del país con su destino.
Tu radio íntima transmite las consignas de los jóvenes que terminan a sangre y fuego el jueves de Corpus. Obsequias un minuto de silencio que se prolonga hasta el día de la fuga. Los radioescuchas saben que el chico de la Roma ya está muerto, aunque él y tú piensen lo contrario. Pones el audio donde injurian y reclaman los brothers del ‘58, las blue sisters del ‘68, los warriors del ‘71, los romanos del ‘85, que cada septiembre vuelven buscando sus zapatos; el escándalo de la reunión que se desdobla en el sinfín de las indignas batallas de Tlatelolco y de San Cosme. Las multitudes le pisan los talones al prójimo que está corriendo por su vida.
VII
Para no hacer ruido, de vez en cuando caminas descalzo por Álvaro Obregón. Antes de llegar al Hotel Colonia Roma observas detenidamente una escultura sadomasoquista. Intentas convencerte de que las imágenes de Shine a Light no tienen nada que ver con el ángel, el sátiro y el síntoma que haces evidente. Nunca imaginaste que, cuarenta años más tarde, seguirías encendiendo la luz de una solitaria habitación para saber qué es lo que los muertos quieren, qué vas a hacer con el chico que saltaba en la azotea y sobre todo qué le pasa a Lupita.
Mientras tanto, Jagger salta como nunca en el documental de Martin Scorsese. Es un homenaje a todos los que han sobrevivido por amor.
“Te vi acostada plácidamente en la habitación 1009/ Bueno, estás borracha en el callejón, nena, con tus ropas desgarradas/ Tus amigos de la noche te abandonaron en el frío amanecer gris.” Shine a Light.
Entre la ficción y las historias de los Rolling tu vida se ha convertido en una riada francamente oscura. Eso comenzó desde el día que la bruja se chupó a Jack y a los chavales.
“Nací en un huracán de fuego cruzado/ y le aullé a mi mamá bajo la lluvia torrencial/ pero ahora todo va bien, de hecho, ¡es increíble!” “Jumpin’ Jack Flash.”
VIII
Vamos a dar una vuelta a la manzana de regreso. Escucha, la Stromberg Carlson ha comenzado a vomitar detalles de la vieja historia. Cuando años después Lupita vuelva en sí, ya habrá perdido el brillo que los ángeles le dejaron la primera madrugada que regresó del Bar Azul, de ese subterráneo donde bailan las mujeres más tristes y excitantes que jamás has visto. Esos detalles se ensamblan con la muchacha fantasmal que de vez en cuando te acompaña.
“Voy ahogarme en tu amor/ voy a hundirme en ti.” “Soul Survivor.”
No fue fácil sobrevivir a la mezcla de música deliciosa con letras letales. Será por eso que buscas mujeres cada vez más siniestras. ¿O era la misma vieja señora que, como la hermana incestuosa del Rey Arturo, te embrujó? ¿Acaso esa muchacha fantasmal es un avatar de “Angie” o de Anita Pallenberg, amante de lujo de dos piedras rodantes?
“¿Quién es esa mujer que va de tu brazo vestida para aniquilarte?/ Arrástrame a los dormitorios del blues/ deja que todo se caiga esta noche.” “Let it Loose.”
IX
Las rolas de los Stones trazan una pista que hiere tu memoria. “Oh, una tormenta está amenazando mi vida.” ¿Recuerdas la primera vez que escuchaste canciones de Gimme Shelter en una rockola de San José del Pacífico en Oaxaca y en el Mezcalito en Puerto Escondido? “Te digo/ el amor, hermana/ está a un solo beso de distancia.”
En un expendio entre indio y hippie que frecuentan algunos romanos iniciados te enteras de que Robert Jhonson, el mítico precursor de los Stones, murió envenenado por un marido celoso que le disparó un vaso de whisky. Claro, tú no eres el Rey del delta blues, y menos una variante de Funes el memorioso, sólo eres un tipo que recuerda el slide de Keith Richards deslizándose sobre el pezón de una muchacha. La rosa se resbala por la memorable lengua escarlata y las percusiones de Charlie Watts suben como hormigas en sus piernas. Oh, sí, esos sonidos te ayudarán a soportar la suspensión glaciar de tu memoria como el prodigio ominoso que encalló en La dolce vita.
X
Todos los días Lupita llega al crucero de Mérida y Guanajuato. En el Bar Azul unos espectros sensuales se mueven con la música de Exile on Main Street. Ella pide un trago y espera que te des una vuelta por el negocio para que termines con esa construcción inexistente. Después de años Lupita levanta los ojos de Las batallas en el desierto y tararea: “La guerra, niños/ está a un solo tiro de distancia.” “Gimme Shelter.”
Cuando estás a punto de visualizar el corazón en el que se alojó el primer disparo, Jagger interrumpe tus pensamientos porque pregunta por Angelina Jolie: Anybody seen my baby? Como algunos sobrevivientes de San Cosme y de la Roma, tú también te has hecho esa pregunta cientos de veces. Pronto lograrás saber qué es lo que Lupita quiere de verdad; mientras tanto, ella seguirá bebiendo en la cueva underground que arde y se apaga dentro de tu plexo.
Como el cronista de la Via Veneto he vuelto a fracasar, ¿verdad? Bueno, tomemos un poco de aire fresco; dicen que esta vez los muchachos están haciendo verdaderos milagros en la calle.
Posdata
“En la tranquila ciudad de Londres no hay lugar para un luchador callejero”, dice un fragmento de “Street Fighting Man”, del disco Beggars Banquet (El banquete de los mendigos), cuyos temas se inspiran en las revueltas juveniles del ‘68.
“Can´t you hear mi knocking”: las radiodifusoras mexicanas presentaban esta canción como “Ecos de mi onda.” Pertenece al álbum Sticky Fingers (Dedos pegajosos), primer álbum editado por el sello de los Rolling Stones en 1971. El disco fue construido mediante colisiones y aleaciones de rock and roll, country & blues.
Un año después de la balacera del jueves de Corpus, se publica Exile on Main Street (Exilio en la calle principal), el mítico álbum que produjeron los Stones en el sur de Francia. Sus géneros son rockabilly, boogie-woogie, jazz y gospel.
Cine

El caballo
de Turín: más allá del bien y el mal

Antonio Valle

Dionisios Carla Elena Name

A Luis Tovar

Hay casos en que los psicólogos somos como los caballos:
nos sentimos inquietos cuando vemos moverse
ante nosotros nuestra propia sombra.
El ocaso de los ídolos,

Friedrich Nietzsche

Como debe ser –antes de publicar sus notas sobre películas que se encuentran en exhibición–, algunos críticos y especialistas tuvieron cuidado de no revelar demasiadas claves de El caballo de Turín. Aunque varias de sus reflexiones privilegiaban el valor “indiscutible” que tiene la imagen sobre el resto de los elementos, me pareció que aunque este filme no hace concesiones a las tendencias discursivas más burdas, tampoco es una obra que apunte hacia el cine mudo. Es cierto, en esta historia se dicen pocas palabras pero, justamente por eso, son imprescindibles. Otros ensayistas celebraban la fotografía de Fred Kelemen pero decían que en ella había algo de somnífero. En efecto, algunos plano-secuencias pueden provocar reacciones tipo “ensoñaciones diurnas”, ya que el tiempo en este filme es parecido a la sensación del paso del tiempo que tienen algunos sueños; aunque desde las primeras tomas cerradas del caballo, y especialmente los retratos inspirados en el poderoso cine expresionista alemán, es evidente su fuerza extraordinaria.

En cuanto a la música de Mihály Vig, seguramente inspirado por Nietzsche –que en El origen de la tragedia abordó uno de los ensayos más lúcidos en torno al espíritu de la música–, ésta es una corriente subterránea que no deja de latir durante todo el filme. Por supuesto, la clave argumental se encuentra en la mítica escena del caballo de Turín, anécdota del nervous break down irreversible que sufrió el filósofo alemán en 1889. En esta cinta, más que al concepto del eterno retorno, Béla Tarr hace el recorrido de un viaje para el que ya no habrá regreso. Una “inocente” transgresión irá revelando la intensidad dramática, cuando el protagonista “venza” la última resistencia con la que oculta su aviesa intención. Invalidado de la mano derecha, tan clásico como siniestro, el personaje codicia, con el ojo cíclope de las fuerzas pasionales desatadas, el alimento crudo que terminará engullendo. Así quebrantará la frontera que separa, como dice Lévi-Strauss, a lo crudo de lo cocido, es decir a la naturaleza de la civilización.

No puedo evitar decir que no hay nada más desalentador para los espectadores potenciales que avisarles: “en este filme no hay una historia”, ya que esta cinta ha sido confeccionada mediante una trama de zurcido –fino e invisible– extraordinariamente consistente, que recuerda las milenarios enredos entre Tiestes y Pelopia; pero también al caso más reciente de la austríaca Elizabeth Frtzl, quien permaneció retenida por su padre en un sótano durante veinticuatro años. Es asombroso descubrir lo que se propone Béla Tarr cuando presenta a un grupo de gitanos, paganos y felices, atravesando el páramo mortal en el que permanecen azogados los protagonistas. O que un monólogo, por demás contemporáneo, rebose de referentes nihilistas y apocalípticos. En El caballo de Turín –al cual, por cierto, algunos identifican como yegua; ¿acaso estarían pensando en The nightmare, la pesadilla de Borges?–, el animal se niega a beber agua de un pozo que fatalmente está a punto de secarse, lo cual, simbólicamente, significa que se han roto los vasos que comunicaban las aguas del inconsciente con la tierra yerma. No en balde los aforismos cáusticos escritos en Más allá del bien y el mal, cuyo subtítulo es: Preludio para una filosofía del futuro, son considerados como precursores de otro de los llamados maestros de la sospecha, el creador austríaco de El malestar en la cultura. He aquí dos ejemplos de ello. “En último término lo que amamos es nuestro deseo, no aquello que deseamos.” O: “–Esto no me gusta.– – ¿Por qué? –Porque no estoy a su altura.” Más allá de lo evidente, y para estar a tono con El caballo de Turín, donde no sólo no se impone lo “visual” sobre los demás recursos cinematográficos, sino que justamente gran parte de lo que no se ve en pantalla –pero que acaso alcancemos a vislumbrar en el “teatro de luz y sombras” personal–, es lo verdaderamente significativo. Como dice el mismo Nietzsche, “cuando estamos ante la presencia de las cosas más raras, es difícil –por mucho que nos esforcemos– observar el proceso si no es con ayuda de nuestra invención”. Precisamente “eso” –que no vemos– es el “ingrediente” invisible con el que Béla Tarr desafía a nuestra inteligencia. Siendo consecuente con el rigor del guión, al final, el maestro húngaro de plano nos deja ya sin las mínimas palabras, sin imágenes ni aliento, y nos abandona en “la nada”; en medio de esa breve eternidad que es la bóveda de un cine a oscuras; eso sí, rodando hasta el fondo de cada uno en la compañía de un chelo abismal. Es conveniente recordar la presunción de Lévi-Strauss, que consideraba a la música como la mejor vía para aprehender el mythos. Esta excelente pieza cinematográfica hace un homenaje a un hombre de letras que “respiraba” música, porque gracias a ella “las pasiones pueden gozar de sí mismas”. Nietzsche estaba seguro de que “ver las cosas de una manera profunda y radical es ya una violación, un deseo de hacer daño a la voluntad básica del espíritu que tiende siempre a la apariencia y a lo que se encuentra en la superficie”.

Este filme confirma cuán ridículo es asegurar que una imagen vale más que mil palabras. El filósofo que amaba a Dionisos (el que sabía mezclar la música) estaba seguro de que la humanidad eternizaba (fijaba) sólo aquello que ya no podía “vivir ni volar”. Cuando se abrazó a un caballo escarnecido en una calle de Turín, después de pedirle perdón a la bestia, el vibrante filósofo enmudeció para siempre. No es imposible que, antes de morir, Nietzsche escuchara en alguna armonía sus últimos “viejos y queridos… malos pensamientos...” Finalmente, lo obvio (o casi): la cinta del húngaro Béla Tarr está construida con imágenes y palabras inolvidables, con riadas luminiscentes y sonoras que tienen el poder de provocar emociones terribles y extraordinarias.
Artes plásticas

Kurt Cobain: all apologies



Antonio Valle

2009. LOS ÚLTIMOS DÍAS DE UN DESCONOCIDO

Un chico vaga entre los bosques de Washington. Regresa a su residencia. Ante la indiferencia de otros jóvenes que han tomado su casa, el chico silente se desconecta para tener vislumbres finales de sueño y realidad a través de la heroína. Además de los tres o cuatro imbéciles que vemos en pantalla –personajes que permanecen indiferentes ante su dolor–, aparece el solitario golpeándose la nuca como si unos zancudos descomunales lo picaran. Finalmente, dentro de un invernadero jala el gatillo de una escopeta. Son algunas imágenes de la película Last Days (2005) en la que Gus Van Sant aborda la crisis final de Kurt Cobain. Desde esa noche me pregunto quién era él, por qué durante todos estos años no quise saber nada de ese chico ni de su música.

DÉJÀ VU DE NEIL YOUNG Y FLASHBACK HASTA RADIOHEAD

1978. En un departamento de Santa Mónica escucho el disco Déjà Vu que el músico canadiense Neil Young grabó con Crosby, Stills & Nash.

1994. EL ESCRIBIENTE

La noticia del suicidio de Kurt me pone en alerta. Al finalizar este año me someto a una terapia para liberarme de una fantástica y mortal adicción por el alcohol. La radio toca piezas de Nirvana. Como tengo sobreexcitado el sentido del oído no soporto esa música. ¿Qué es lo que el chico busca cantando de ese modo? Parece que desea encontrar lo mismo que descubrió John Bonham, baterista de Led Zeppellin, pegándole a sus tambores como si quisiera cazar a Moby Dick a baquetazos. Algunos amigos me hablan con respeto y misterio de Cobain. Veo sus pupilas dilatadas en revistas, carteles y en las playeras que usan los muchachos. Por el proceso terapéutico que llevo a cabo prefiero saber de músicos y poetas menos peligrosos.


1995. NEIL YOUNG DE NUEVO
Inexplicablemente mi terapeuta me ha dado de alta. Como todavía no sé quién soy, menos sé quién fue Cobain. Inconscientemente me acerco a él mientras escucho el disco Mirror Ball en el que Neil Young toca acompañado por los músicos de Pearl Jam, la mítica banda grunge de Seattle. En su nota de suicidio Kurt cita a Young: es mejor quemarse que consumirse lentamente. A Eddie Vedder, vocalista de Pearl Jam, a Neil y a Kurt Cobain los une una oscura coincidencia: todos provienen de familias hechas pedacitos y son incapaces de soportar música bonita. Son los creadores del sonido grunge (sucio) que fusiona hard rock, punk e indie. Esta música es la antítesis del air metal que domina los circuitos comerciales del rock pop durante la década de los ochenta. Las bandas de Seattle hacen una música que está muy lejos de las actitudes de vedette que despliega la mayoría de los músicos en esa época. De vez en cuando, como si fueran los tambores de John Boham, una manada de caballos me pisotea las sienes. Todavía tengo fragmentado el sistema nervioso central y no aguanto ni las delicadezas de Claude Debussy. Trato de alcanzar algo de calma haciendo meditación budista.

1996. SINEAD O’CONNOR
Aparece Universal Mother deSinead O’Connor:… en ese disco la cantante irlandesa interpreta All Apologies. Ella canta como si fuera una madre holística queriendo aliviar el dolor de Kurt Cobain. Su voz tierna, acompañada por el rasgueo de una guitarra, es una experiencia espiritual exquisita y delicada.
VERANO DE 2008. HARVEST MOON
Una tromba hace que la luz se vaya (qué expresión). Desde las siete de la noche la luna esplende en el cielo engastada en un cielo de cobalto, violetas, rosas y naranjas. Un respeto humano, inédito para esta y para miles de noches en la ciudad, me protege. Bajo un manto de silencio en la calle silbo secuencias sonoras de Harvest Moon

INVIERNO DE 2008. MISHA
El joven Mijaíl me presta algunos discos de Nirvana. Cuando Kurt se suicida, Misha tiene cuatro años. Él dice que ahora es más común que las familias estén rotas pero que los efectos en los hijos son tan letales como antes. El odio milenario que suelen profesarse cierto tipo de parejas sigue provocando que sus hijos sean víctimas y esclavos de sus patologías. Misha dice que por prescripción médica cada vez hay más niños que toman antidepresivos. La primera vez que él escuchó “Smells like teen spirit”, himno de la generación X, fue en un tono para celular. Esta pieza resume la frustración y mediocridad que respiraron los jóvenes durante la última década del milenio. Misha pronto prefirió la música de The Strokes, que toca un rock indie que hasta la fecha la crítica especializada no logra definir. Años después, cuando ya es un fan de Radiohead, mientras opera un videojuego táctil de rock band, uno de sus jóvenes amigos selecciona “In Bloom” para tocarla; Misha apenas y se acuerda que esa canción es de un grupo llamado Nirvana. 
 
VERANO DE 2009. UNA APOLOGÍA
Han transcurrido los primeros quince años del suicidio de Cobain. Ahora puedo escuchar su música sin alterarme. Su voz se parece a la de un niño que se desdobla mediante un deslumbrante juego de voces. En algunas canciones Kurt parece preguntarse algo en un tono bajo para responderse enseguida con una modulación aguda e irascible. En acaloradas discusiones he desarrollado algunas apologías pero jamás he escrito alguna. Toda disculpa requiere de una explicación. Por supuesto una explicación no necesita formular una disculpa. ¿Es culpa o tristeza lo que me provoca Kurt? ¿Qué clase de emoción me impulsa a escribir este ensayo?
FILOSOFÍA OCCIDENTAL-FILOSOFÍA ORIENTAL
Mientras escribo estas líneas leo la Apología de Sócrates. En ese diálogo Platón, además de dar cuenta del proceso y la condena a muerte de su maestro, hace una defensa de la importancia que tiene conservar la dignidad antes que a la propia vida. En el otro extremo de la filosofía, el término budista de Nirvana, con el que Kurt bautizó a su banda, presupone un estado espiritual en el que, junto con los demás deseos, también se aniquila el de vivir.

VERANO DE 2009. LA POESÍA
Se me ha ocurrido una herejía: cuando pienso en Kurt fundo su imagen con la de Rimbaud. ¿Será porque además del parecido físico los dos rubios solares son oscuros a morir? Kurt canta:En el sol, estoy casado, enterrado.” Dice Rimbaud: "Me arrastraba en callejones pestilentes y, con los ojos cerrados, me ofrecía al sol...” Ambos buscaron purificarse frente a un padre solar, ambos fueron valientes y construyeron una obra transgresora mientras avanzaba su leyenda negra. De nuevo la historia de algunos artistas portentosos se repite. Ambos rechazaron toda clase de convenciones y manifestaron diversos síntomas de paranoia y depresión. Al igual que Rimbaud bajo el cielo de África, Cobain también estaba obsesionado con clarificarse con el sol pero de Seatle.

VERANO DE 2009. EL AVE FÉNIX NO BROTA
Luis Tovar traduce los versos de las canciones que aquí aparecen. De All Apologies:
En el sol me siento uno.
En el sol estoy casado, enterrado.
Me gustaría haber sido como tú, que te entretienes fácil.
Encuentro mi nido de sal.
Todo es mi falta.
Asumiré toda la culpa, la vergüenza de la espuma marítima.
Quemado con el congelador, las cenizas de su enemigo lo ahogan.
Intento sintonizar con nuestro infortunado poeta. Como dice Eliot en La tierra baldía: ahora que nuestro muerto ha comenzado a trinar, quizá para inimaginables melancólicos resulte interesante contemplar algunos de sus síntomas. Desde niño y hasta su muerte, Kurt sufrió de intensos y misteriosos dolores de estómago y garganta. Desde un punto de vista estrictamente simbólico, parece que el pequeño Kurt no logra digerir cierto bolo afectivo. En su canción “Penny-royal tea” dice irónico: leche caliente y laxantes son mi dieta. Antiácidos con sabor a cereza. De este nudo existencial, nido de sal dirá el poeta borrascoso, proviene la mezcla emocional de su grunge: sus acordes virtuosos, la autenticidad de sus alaridos, la calidad de sus formas poéticas y líricas, expresionistas o dadá, expresan su profunda rebeldía pero también aluden a la necesidad de fuga con la que intenta liberarse del dolor. En Duelo y melancolía, Freud plantea que “todo melancólico verdadero se reconoce como culpable y se somete al castigo; que por carencia o ruina de su propia significación fálica se niega algunos valores como la riqueza, la salud y la fama”. Si es verdad que en el asombroso inconsciente se habla más de un dialecto, tal vez un yo profundo, ahora re-unificado por la gracia de Hermes, pueda ayudarme a contestar algunas interrogantes: ¿Quién es el enemigo de esa misteriosa y vergonzante espuma marina a la que Kurt alude en All Apologies? Al parecer las cenizas de ese enemigo son los restos simbólicos de un padre esfumado, son la última esperanza para ver brotar a un Ave Fénix que se reivindicaría ante la espuma de Venus. ¿En nombre de qué o de quién el músico asume la culpa de una tragedia de semejantes proporciones? Pura timidez desde el origen, pura vergüenza provocada por un padre que sólo es el polvo de un fuego que nunca logra reanimar. Igual que en otros melancólicos suicidas, para Kurt la muerte fue un recurso para mejorar. Con una bala convirtió el concepto de su disco Never Mind en ominosa realidad. Sin embargo, en un momento de calma –y de fidelidad– a su inaudito sueño en el nirvana, Kurt nos ha dejado en All Apologies un mantra delicado con el que parece tocar la eternidad:
All in all is all we are. Todo en todo es todo lo que somos.
Con esta oración mística la voz grunge del rebelde se transfigura. En la versión unplugged de esta pieza, que el mismo Kurt nos dice que era su favorita, la serenidad y el silencio son los últimos recursos con los que se funde en un mundo solar del que tuvo vislumbres en su infancia y del que nos informa en los versos centrales de All Apologies. También es posible observarlo en un video donde, junto a los otros dos miembros definitivos de Nirvana, Dave Grhool (baterista) y Kris Novoselik (bajo), toca muy serio y frío una versión de “Seasons in the sun”, una canción nostálgica y cursi de los setenta que a Kurt le fascinaba.

CUALQUIER INSTANTE DEL PRESENTE MÚLTIPLE. LA MÁS ALTA FRECUENCIA
Kurt Cobain fluye en la misma frecuencia de onda al lado de poetas y grupos de otras décadas y circunstancias como Velvet Underground, John Lennon, Frank Zappa, Pink Floyd, Bob Dylan, Pearl Jam, Neil Young y Robert Fripp. En ese delta espeso y subterráneo, a veces refulgente, navegan grupos como Radiohead, banda inglesa finisecular que adoptó ese nombre para hacer un homenaje al legendario grupo Talking Heads. Esta banda, nutrida con las letras y la voz de su guía Tom Yorke, ha creado sustancias sonoras de gran belleza que, especialmente en su primer disco, deja sentir la influencia de Cobain en piezas como “Anyone can play guitar” o en “Blow out”; y también de vez en cuando se deja imantar con las ondas poéticas del mítico King Crimson. En su discografía, Radiohead da cuenta de relaciones sombrías: Pablo Honey (1993); de la belleza estética que provoca el dolor emocional: The Bends (1995); de la fantástica fusión artística con la tecnología: Ok Computer (1997); de una expresión minimalista para el porvenir del rock: Kid A (2000); de su capacidad para recuperar la tradición clásica del rock: Amnesiac (2001); de la ironía con la que trata a George Bush, el bélico: Hail To The Thies (2003), o donde nacen y mueren atmósferas postmodernas de angustia existencial: In Rainbows (2007).
¿Qué opinión tendrían Baudelaire y Mozart de este delta donde las cuerdas emocionales vibran desde su más profunda neta? Ese plasma sonoro seguirá fluyendo porque esa frecuencia de onda viene de lejos. Con toda su belleza, pero también con todo su dolor, es una expresión de la más alta fidelidad humana.

Libros